Bucarest es una ciudad que sorprende. No muchos viajeros encuentran apetecible como destino la capital de Rumanía pese a los muchos tesoros que guarda, quedando así para quienes han pasado por París, Roma, Londres, Madrid o Berlín, lugares mucho más transitados por los turistas, y que una vez visitados buscan conocer otras urbes. Sin embargo, Bucarest bien vale una visita, o dos o tres, ya que deja un recuerdo tan agradable que bien merece un nuevo paso
1 Palacio del Parlamento
Bucarest está marcada por el paso del comunismo. Tras la II Guerra Mundial, la Unión Soviética presionó para que Rumanía adoptara el comunismo. El Rey Miguel de Rumanía fue obligado a abdicar y salió del país el 30 de enero de 1947. Tras la eliminación del último escollo, surgió la República Popular Rumana, que después pasaría a llamarse República Socialista de Rumanía. Entre 1967 y 1974, el político comunista Ceaucescu ocupó el cargo de Presidente del Consejo de Estado, hasta que el 28 de marzo de 1974 se convirtió en Presidente de la República Socialista de Rumanía. A partir de entonces se instauró un régimen tirano y personalista en el que Ceaucescu dio rienda suelta a sus delirios de grandeza y a su megalomanía. La primera parada del paseo por Bucarest es el mayor reflejo de la locura del dictador.
A principios de la década de los ochenta del siglo XX, el presidente rumano quería construir un impresionante complejo en el que asentar las instituciones del Estado, y para ello se llevó por delante varios barrios. Aprovechó que el terremoto de 1977 había destruido parte de la ciudad para demoler una enorme extensión en la que cupiera su 'gran obra'. Se perdieron para siempre iglesias, sinagogas, monasterios y casas. No solo fue una aberración contra el arte, sino que más de 57.000 familias fueron desplazadas de sus hogares. Se terminó en 1997, 8 años después de que el dictador y su esposa, Elena, fueran ajusticiados tras ser declarados culpables en el juicio que se levantó contra ellos tras la Revolución Rumana de 1989.
Ocupa 365.000 m2 y se trata del edificio administrativo civil más grande del mundo. A nivel general, solo es superado por el Pentágono, cuyo uso es militar. Se conoce con varios nombres, desde Casa del Pueblo, pasando por Palacio del Parlamento Rumano o Palacio del Pueblo, y tiene como uso albergar la Cámara de Diputados, el Senado, el Consejo Legislativo, el Centro Internacional de Conferencias de Bucarest y la Corte Constitucional.
Merece la pena pasarse por el Palacio del Pueblo por varios motivos. El primero de ellos por conocer una importante parte de la historia reciente de Rumanía. El segundo, por lo impresionante de un edificio que llama la atención, sobre todo si se camina desde el Bulevard Unirii, que conecta la concurrida Piata Unirii con la Casa del Pueblo. El tercero es porque pese a todo, es el edificio más representativo de Bucarest, aunque hay que matizar que ni es el más bonito, ni la visita se hace especialmente entretenida.
Las visitas son guiadas y de pago, a lo que hay que añadir una pequeña tasa si se quiere hacer fotografías durante el paseo, algo que por otra parte es bastante habitual en Rumanía. Para acceder es necesario pagar una entrada y guardar una cola hasta que se llame al grupo, que se distribuye por horas. Lo ideal es reservar para escoger la hora más adecuada y la opción que más se desea, aunque si se accede directamente al Palacio para realizar una visita inmediata, la espera no tiene por qué ser especialmente larga. Comienza así un tour con grandes altibajos que no siempre logra captar la atención del visitante, llegando a ser en ocasiones hasta tedioso. Pese a todo, abruman las escaleras, las enormes habitaciones, las lámparas, las cortinas, el abundante y lujoso mármol y el carácter comunista que desprende este lugar. La cuadriculada construcción resulta tan ridícula como necesario es verla. Merece especialmente la pena el momento en el que la guía abre las puertas del balcón principal, lo que deja ver una fantástica vista sobre parte de Bucarest, y sobre todo sobre el Bulevard Unirii. Lo que no merece la pena es el sótano, un paseo final que viene incluido pero que no aporta nada. Aunque no se enseña más que una parte ínfima de todo el edificio, e incluso puede terminar cansando, no hay duda de que es una parada obligatoria para conocer Bucarest.
2 Catedral Patriarcal
El patrimonio religioso de Bucarest es rico y marcado por la belleza de las iglesias ortodoxas rumanas, llamadas Bisericas. Una de las más importantes se asienta en una colina situada al sur del río Dâmbovita y a dos pasos del Palacio del Parlamento. Se trata de la Catedral Patriarcal, sede del Patriarca de la Iglesia Ortodoxa Rumana, religión mayoritaria del país. Para acceder, lo más cómodo es subir desde Plaza Unirii por Aleea Dealul Mitropoliei, una cuesta que va directa hasta el complejo religioso más importante de la ciudad.
Una vez allí, el visitante puede acceder al citado templo, que también recibe el nombre de Catedral de los Santos Constantino y Elena. La iglesia es hermosa por fuera, pero también lo es por dentro, haciendo gala del curioso patrimonio que esconden las Bisericas en su interior. Se recomienda no visitarla si hay misa, si bien es cierto que se puede camuflar el paseo turístico debido a que la costumbre en la confesión ortodoxa es oír misa de pie y entrar y salir cuando el feligrés lo desee. Junto a la Catedral Patriarcal se halla un palacio llamado Palatul Patriarhiei que es la sede del Patriarca y que está cerrado al público.
3 Curtea Veche
Curtea Veche, que significa Corte Antigua, es el casco antiguo de la ciudad, una sucesión de calles en las que disfrutar del arte, de paseos por calles peatonales, de bares y restaurantes en los que calmar el hambre y la sed y de tiendas en las que adquirir algunos souvenirs. Este delicioso barrio se encuentra entre el río Dambovita y la zona universitaria, y esconde algunos de los rincones más fascinantes que todo viajero que se precie debe conocer al visitar Bucarest.
Como en otras muchas ciudades europeas, numerosas calles (caleas) llevan el nombre del gremio que se asentaba en la zona. Así, todavía hoy se encuentran las calles Gabroveni (cuchilleros), Sepcari (sombrereros) o Lipscani, que debe su nombre a los comerciantes de Leipzig. Es precisamente esta la más recomendable. Tras una intensa restauración que se podría decir que no ha terminado, luce bellos edificios, interesantes comercios y es un lugar perfecto para pasear debido a que es una vía peatonal. Sorprende el edificio en el que se asienta el Banco Nacional Rumano, un edificio neoclásico del siglo XIX que bien merece que el caminante alce la vista para disfrutar de su belleza. Pasear por Lipscani es una maravilla, con sus tiendas, sus bonitos edificios, sus restaurantes... es sin duda una zona donde perderse.
También por aquí es momento de acercarse a dos templos ortodoxos de gran belleza como son Stravropoleos y la Biserica Rusa, la más grandiosa con sus siete cúpulas de cobre. Para finalizar la visita hay que ir al lugar donde empezó todo: el Palacio Voivodal de Vlad Tepes. Se dice que en el siglo XV ordenó la construcción de Curtea Veche, este encantador barrio del que vas a salir enamorado o enamorada. Este palacio está en ruinas, pero al menos queda un museo. Allí al lado tienes el caravasar Hanul Lui Manuc, donde tomar algo en un lugar construido a principios del siglo XIX. Curtea Veche tiene encanto para dar y tomar.
4 Calea Victoriei
Toda capital que se precie necesita su calle principal, la más señorial o la más animada. En el caso de Bucarest, este honor pertenece a Calea Victoriei. Si has visitado ya el Palacio del Parlamento, cruza el río Dâmbovita, y dejando Curtea Veche a un lado sube por la calle Victoriei con ganas de darte un buen paseo. Te vas a encontrar a un lado el Palatul CEC, de estilo ecléctico, y justo enfrente el Museo de Historia Nacional de Rumanía. Si continúas hacia el norte verás la Biserica Cretulescu y la plaza de la Revolución, donde tendrás que parar un rato para admirar tanta belleza.
En este centro neurálgico te vas a encontrar el Museo Nacional de Arte de Rumanía, lo que un día fue el Palacio Real, de estilo neoclásico, y que ahora puede visitarse para conocer las piezas de arte más valiosas del país. Allí se asientan también la librería Humanitas, la Biblioteca Central de la Universidad, la estatua ecuestre de Carlos I, el edificio del Comité Central del Partido Comunista, el Monumento al Renacimiento, un obelisco blanco que es todo un símbolo, el Ateneo Rumano, que destaca por su monumentalidad y por ser sede de la cultura musical de Rumanía, además del Athénée Palace. Entre tantos monumentos y edificios históricos que sobrevivieron a la barbarie comunista puedes aprovechar para ir de tienda en tienda, aunque en este lado de la ciudad no son para todos los bolsillos. Si tienes ganas de andar, puedes llegar hasta la Plaza Victoriei y seguir subiendo por el Boulevard Aviatorilor, que desemboca en el El Parque Herastrau, el mejor colofón para un paseo perfecto por una ciudad que no deja indiferente a nadie.