El sobrenombre que recibe Europa de Viejo Mundo no es casual, ya que se trata de una de las regiones del planeta que más historia rezuma y carga a sus espaldas. Durante más de mil años, un emperador dirigió el destino de todo este extenso continente. A pesar de la existencia de otras casas reales y gobiernos controlando las riendas del resto de países y estados, el Sacro Imperio Romano Germánico, convertido después en Imperio Austríaco y en Imperio Austrohúngaro hasta su disolución definitiva en 1919, era quien capitaneaba todo lo que acontecía en la vieja Europa desde su fundación en el año 936 por Otón I.
Los Habsburgo fueron quienes más siglos sostuvieron sobre su cabeza la corona imperial, dejando su huella en cada una de las zonas que controlaban, una herencia que se observa en las conocidas como capitales imperiales, es decir, las ciudades principales en las que se focalizó la vida de la corte. Praga, Viena y Budapest constituye el itinerario cultural perfecto para descubrir todo este regio pasado a través de sus palacios, jardines, iglesias, puentes, torres o murallas, sin olvidar las intrigas que todavía hoy susurran cada uno de estos edificios, símbolos del poder imperial, y que narran más de un milenio de historia del Viejo Mundo.
Día 1: llegada a Praga
Este circuito cultural por las ciudades imperiales de Europa comienza en Praga, la capital de República Checa. Para muchos, se trata de un auténtico escondite de cuento, ya que desprende encanto y magia en cada uno de sus rincones, lo que inevitablemente provoca en sus turistas un fuerte enamoramiento y ganas de repetir el viaje.
Tres días es tiempo más que suficiente para poder descubrir cada uno de los secretos de Praga, desde los vestigios del pasado imperial que a continuación os vamos a descubrir, hasta las huellas de la historia más reciente que podemos observar en el barrio judío de la ciudad. Durante la primera jornada, lo mejor es pasear por el centro y descubrir alguno de los bares en los que sirven jarras de cerveza con las que brindar por este viaje.
Día 2: Castillo de Praga
Para poner al descubierto las raíces imperiales de Praga, hay que acercarse hasta su castillo de origen medieval, cuyo origen se remonta al siglo IX y está ubicado en una colina a orillas del río Moldava. Merece la pena dedicar todo un día para descubrir sus secretos, que son muchos, ya que, además de ser uno de los castillos más grandes de todo el mundo, es también el monumento más importante de todo el país, porque a través de sus muros se puede ir leyendo la historia de República Checa. Puede que te estés imaginando una fortaleza al uso, pero realmente el Castillo de Praga es un conjunto de edificios, entre los que se cuentan varios palacios o la Catedral de San Vito.
Los Habsburgo le dieron el aspectos renacentista que presentan algunos de sus jardines y construcciones, ya que lo convirtieron en una de sus residencias imperiales, continuando la tradición de los antiguos Reyes de Bohemia y como siguen haciendo los presidentes de gobierno actuales. El gótico es otro de los estilos que también predominan en el Castillo de Praga, aunque sus raíces más antiguas se observan en alguna que otra capilla románica. Sin embargo, es un recinto vivo que está continuamente actualizándose.
Día 3: paseo por Praga
El Puente de Carlos es otro de los atractivos turísticos principales de la capital checa. Es el más antiguo de la ciudad y se debe a Carlos IV, el verdadero impulsor del esplendor de Praga, ya que sintió especial predilección por ella, situándola en una posición destacada dentro del Sacro Imperio Romano Germánico. Gracias a él, se comunican las dos áreas urbanas de la Ciudad Vieja con la Ciudad Pequeña, siendo especialmente bonito pasear por él al atardecer, cuando el sol se esconde entre las 30 estatuas que lo rodean.
Tampoco hay que dejar pasar por la Plaza de la Ciudad Vieja para contemplar la Iglesia de Nuestra Señora de Tyn, escondida entre edificios y de un maravilloso gótico, cuyo diseño también se ejecutó en tiempo de Carlos IV. Sin embargo, es en esta plaza donde la gente se concentra para ver también el reloj astronómico medieval de la torre del ayuntamiento y sus figuras animadas. El Barrio Judío o la Casa Danzante son otros atractivos culturales a los que acercarse para terminar la visita en Praga.
Día 4: llegada a Viena
Viena es la verdadera cuna del imperio que durante siglos administraron y gobernaron los Habsburgo. Su vestigio se aprecia en cada uno de los rincones de la capital de Austria, convirtiéndose, sin duda alguna, en la principal y más importante parada de este circuito cultural por Europa. Para llegar desde Praga, la mejor opción en relación calidad-precio es el autobús, además que el trayecto no es demasiado pesado. Cabe destacar también que la estación de llegada está en una zona más céntrica que el aeropuerto, aunque el avión es también otra opción por la que se decantan los viajeros, especialmente los que buscan ahorrar tiempos. Una vez en la ciudad, lo mejor es dar un paseo por la zona más céntrica para ubicarse, pudiendo hacer alguna visita interior, como a la Catedral de San Esteban.
Día 5: palacios imperiales de Viena
Los principales atractivos culturales de Viena son sus palacios imperiales, que constituyen al mismo tiempo los monumentos más importantes que se visitan en esta ruta, ya que en ellos se ha narrado la historia más reciente del Imperio Austrohúngaro. De hecho, fue en el Schönbrunn, la residencia de verano de la familia imperial y fiel reflejo del poderío que habían almacenado, donde Carlos de Habsburgo-Lorena, último emperador del Imperio Austríaco, abdicó la corona en 1918, poniendo fin a una dinastía legendaria que había administrado Europa desde hacía siglos. Recorrer sus estancias y jardines te traslada a la época dorada en la que todo un continente estaba pendiente de Viena y su corte imperial. La visita a este palacio, situado a las afueras de Viena, es perfecta para hacerla por la mañana, sacando de este modo el máximo partido a sus zonas verdes.
Durante la tarde, y ya de regreso al centro urbano, hay que reservar suficiente tiempo para recorrer todo el complejo palatino del Hofburg, uno de los palacios más impresionantes de toda Europa y que sirvió de residencia principal a los últimos gobernantes de la dinastía hasta 1918. Además, es el lugar perfecto para descubrir el espíritu de uno de los personajes más legendarios del Imperio Austríaco, como así es la Emperatriz Sissi, recorriendo el museo dedicado a su figura y situado en parte de las dependencias del edifico. La entrada también incluye los Apartamentos Imperiales, en los que destaca el gusto barroco, y la Platería, donde se exponen las piezas de orfebrería, vajillas y cristalerías que se utilizaban para las grandes cenas y celebraciones.
Día 6: otros monumentos imperiales de Viena
El último día en Viena es perfecto para terminar de descubrir su pasado imperial. Muchos turistas deciden decantarse por visitar el Palacio de Belvedere, otra de las residencias de verano de la familia Habsburgo, en este caso construido para el Príncipe Eugenio de Saboya. Tras ser adquirido por la Emperatriz María Teresa, se convirtió en una galería de arte, exponiendo los cuadros del Hofburg desde 1781. Hoy en día continúa manteniendo esta función, aunque ampliada, destacando que en él se puede contemplar la famosa obra pictórica de "El Beso", de Gustav Klimt.
El viaje a Viena no puede finalizar sin visitar el edificio de la Ópera, el monumento más importante de la ciudad y prácticamente de todo el país, ya que es el símbolo y estandarte de la cultura austriaca. Fue construido en el siglo XIX y ha escuchado las obras maestras por excelencia de la historia de la música, contando con un museo propio en el que se ponen al descubierto. Durante este día, también hay que pasarse por la Cripta Imperial, otro de los rincones clave de la Viena más regia. Está ubicada en la Iglesia de los Capuchinos, donde los sobrecogedores féretros de la realeza, verdaderas obras de arte de la escultura, despuntan en un ambiente sencillo, destacando el del Emperador Francisco José y su esposa, Sissi.
Día 7: llegada a Budapest
El tren o el autobús son las alternativas con la mejor relación calidad-precio para llegar a Budapest desde Viena, mientras que el avión es la menos recomendable, porque los viajeros solamente se acaban ahorrando una hora de trayecto respecto a los otros medios de transporte y el precio de los vuelos llega a ser desorbitado en muchas ocasiones. La perla del Danubio es el destino final de un circuito cultural mágico por las capitales imperiales de Europa y que, después de días paseando entre rincones espectaculares, no esperan encontrar a sus pies una ciudad en la que la autenticidad y grandeza rezuma a cada paso.
La primera tarde en la ciudad se puede aprovechar para visitar la zona de Pest, dominada por el impresionante edificio del Parlamento ubicado a la orilla del río. Se trata del monumento por excelencia de la capital de Hungría, formando una postal mágica desde cualquier rincón desde el que se le mire. También, y retomando la huella imperial, hay que pasar por la Ópera, situada en la avenida Andrássy y, según las malas lenguas, la favorita de Sissi, incluso por encima de la de Viena. También hay que pasar por la Basílica de San Esteban o por la plaza Vörosmarty, donde sirven en Gerbeaud la Dobos Torta, la tarta favorita de esta legendaria emperatriz.
Día 8: Budapest desde las alturas
Durante el segundo día en la capital húngara, hay que cruzar el famoso puente de las cadenas y dirigirse a Buda, la otra zona de la ciudad. Tomando el funicular se llega hasta la cima de la colina de Buda, donde se encuentra, al más puro estilo de Praga, todo un conjunto de palacios, destacando el Castillo de Buda, la residencia real de los monarcas que gobernaron el país durante siglos.
Del mismo modo, el Bastión de los Pescadores y la Iglesia de Matías, donde se coronaron varios emperadores como reyes de Hungría, forman parte del conjunto del Castillo e Buda, observando desde aquí unas vistas espectaculares del río, el Parlamento y Pest. La bajada de la colina es preferible hacerla a pie, disfrutando de este rincón verde de la ciudad. Para olvidar el cansancio acumulado durante todo el viaje, nada mejor que terminarlo con un relajante baño en alguno de los balnearios de Budapest, cuyas aguas termales subterráneas presumen de ser las mejores de todo el mundo.